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Posted inEl Cuarto Propio

No son formas

Desde que tengo uso de razón, “nunca han sido formas”. Nunca ha sido la forma de vestir, nunca ha sido la forma en la que una niña debe jugar, reír, sentarse; nunca ha sido la forma de salir a la calle, de bailar, de beber, ni siquiera de soñar.

A las mujeres nos han dicho cómo deben ser nuestras formas de comportarnos, de sentir, de pensar, incluso de planear nuestra vida, la cual, según la voz y el mandato de la sociedad, girará inevitablemente alrededor de un hombre y una familia, porque la influencia de la sociedad siempre ha sido patriarcal.

Pero se les ha olvidado que en esas formas que nos han impuesto, nos atraviesa el hartazgo, el dolor, la soledad, la frustración, el silencio, la violencia. Sobre todo, esa violencia que no conoce de justicia, que permanece muda ante cada niña y mujer tocada, desaparecida o asesinada.

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Cada 8 de marzo, leo titulares, comentarios, notas diciendo “esas no son formas”, pero también pienso que cuando asesinaron a mi amiga Monzón tampoco eran formas, ni cuando rociaron de ácido a mi amiga “Gaby” lo fueron. Mucho menos cuando tuve que soportar durante una semana a un policía acosándome fuera de mi casa. Ahí sí, se les olvidaron las formas de garantizar nuestra vida y nuestra libertad.

Las formas que nunca han sido son las del patriarcado, las de los gobiernos y la sociedad que nos han hecho vivir una y otra vez la angustia de haber perdido a una de nosotras o de haber tenido que acompañar a alguna en sus procesos como sobrevivientes de violencia, de cualquier tipo que esta sea.

Este año, las formas no fueron, pero no las de las feministas que salieron a la marcha, mucho menos las del bloque negro que hacen iconoclásia. 

Las formas que no fueron son las de los gobiernos, sin importar su color político, ya sea guinda, verde, amarillo, azul, rojo o naranja. Porque si se tratara de colores, esto habría terminado hace mucho.

Zacatecas, Puebla, Ciudad de México, Colima, reprimieron a las manifestantes con formas que NO SON FORMAS. 

Aquellas que violentan e intentan desaparecer y castigar a quienes salimos cada año a exigir un trato digno y, sobre todo, justicia para nuestras amigas, hermanas, vecinas, niñas, para todas.

Es cierto, nadie les enseñó a deconstruirse, pero siguen en su papel de privilegio, sentados sin hacer nada, mientras ningún órgano de gobierno actúa de manera contundente ante las atrocidades cometidas contra las mujeres. 

Porque ningún monumento, pared o bandera valen más que las vidas de niñas y mujeres violentadas.

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Las formas, claro que son otras, pero las de los gobiernos y la sociedad que señalan y criminalizan a las mujeres. 

No solo hablo de protestar, sino de criminalizarlas por sus decisiones, por sus cuerpos, por sus acciones. Porque está claro que seguiremos reclamando espacio una y mil veces, hasta que la dignidad se haga presente, hasta que se garanticen los derechos de todas las niñas y mujeres, y sobre todo, hasta que vivamos en tiempos más seguros para nosotras.

Quiero ser la tía que vea a sus sobrinas regresar a casa sin temores, llenas de amor y rebeldía, de libertad y de fuerza para ser dueñas de sus vidas.

Nos leemos en la siguiente columna, esperando que las formas que son ahora, dejen de ser las formas.

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