Pues resulta que esta vez regresamos al café de siempre. No están ustedes para saberlo ni yo para contarlo, pero la ida a la cantinita de la vez pasada terminó en un mal trago.
¿Se acuerdan de mi amigo “El Agonías”? Pues resulta que, entre sus múltiples atributos, el de cooperar para la cuenta —incluyendo la generosa propina— no se encuentra. Y para no hacerles el cuento largo, terminamos poniendo los demás “un poquito más”, nomás para llevar la fiesta en paz.
Así que, para evitar los malos tragos, decidimos regresar al refugio de siempre: ese café con aroma a costumbre, donde unos degustan cafeína y otros, como mi gran amigo “El Dálmata”, se aventuran con bebidas coloridas servidas en vasos exóticos y tomadas con popote… Porque, a cierta edad —como diría el tío Choho—, uno deja de ser el trapecista del circo y termina siendo el payaso, con todo y nariz roja.
Estábamos en eso cuando otro gran amigo —a quien estimo como de la familia y apodamos “El Monkiki”— lanzó un par de comentarios a la ecléctica masa de presentes que adornaban la mesa. El primero lo soltó con ese tono suyo que mezcla sabiduría con picardía:
—Tenemos todo para pasar una gran tarde. Primero, porque “El Agonías” no fue requerido en esta reunión —no se le reclutó debido al evento pasado, sumado a su carácter indeciso y pusilánime—. Y segundo, porque hoy no habrá historias de Pepito… el de los cuentos. Que, repito, no es el mismo que el de los chistes.
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Mientras decía eso, yo pensaba en silencio:
Pobre Pepito. Teniendo todo para hacer un buen trabajo y pasar a la posteridad como el gran “Pepe”, se ha conformado con los cuentos… y terminará en chiste.
En esas cavilaciones andaba, cuando de pronto “El Monkiki” suelta la pregunta de la tarde:
—¿Ya se saben el cuento de Tonymillions?
Todos en la mesa se miraron y negaron con la cabeza. No, no lo conocían. Ni siquiera les sonaba el nombre, como si se tratara de uno de esos diputados que presumen humildad… pero usan lentes oscuros que cuestan más que el presupuesto de una primaria pública.
—¡Pues agárrense! —exclamó “El Monkiki”, acomodándose como si fuera a relatar una epopeya épica, mientras disfrutaba una deliciosa botana y su dosis de cafeína con un toque de Brandy, para darle sabor.
Tonymillions es un fifiutado —adj. usado para describir a esos representantes “del pueblo” que juran vivir con austeridad… mientras portan relojes que podrían pagar la nómina de una clínica rural por un año—. Pues resulta que, en el país del “no pasa nada”, pasó lo impensable: ¡le volaron el relojazo! De esos tan finos que ni Obama se permitiría en campaña.
¿Lo curioso? Que el atraco ocurrió al salir de un recinto sagrado. Así, tal cual: recién salido de la iglesia.
Lo impensable no fue el robo —porque por aquí uno ya espera cualquier cosa—, sino el lugar.
—¡Ya ni a los santos perdonan, Jesucristo vencedor! —diría la tía Mabe.
Hablar de inseguridad en ese estado del país de “no pasa nada” es como hablar de magia negra: o nunca pasa, o cuando pasa, nadie sabe cómo ocurrió. Mencionas “derecho de piso”, “robo a casa habitación”, “robo de autopartes” y demás maravillas del crimen, y te miran como si estuvieras hablando en arameo. Porque, como dice la tía Lore:
—Nadie puede amar lo que no conoce… ni temer lo que nunca ha visto.
Íbamos bien entrados en el chisme, cuando “El Dálmata” interrumpe con tono inquisitivo:
—¿Y dale con las historias de ficción? ¿Pues no que habíamos cambiado la cantina por el café para hablar en serio?
Y en serio que, en la “capital imparable”… de parquímetros, de baches, de falta de luminarias, de parques públicos mal mantenidos y un largo etcétera… Pensar en tener seguridad… mejor prefiero no pensar.
Y justo cuando todo estaba en paz, abrí la boca y pregunté:
—¿Cómo quedó el Barcelona?
A lo que “El Monkiki”, muy enojado —como buen “culé” que es— me increpó:
—¡Otra y te vas!
Mejor me voy.
Ciao, culé… qui siamo rossoneri!
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