Pensar en jueces, magistrados y toda la bola de trabajadores del poder judicial es, para la mayoría de la gente, como hacerse un nudo en el estómago. Y no por respeto a la investidura, sino por el recuerdo traumático de lo que implica buscar “justicia”: plazos eternos, cuotas voluntarias (guiño, guiño), abogados con más mañas que un gato callejero y resoluciones que parecen redactadas por Kafka en plena cruda.
Y como si el descrédito no fuera suficiente, este fin de semana no hubo desayuno en Besties, ni cafecito de siempre, ni cantinita de nunca. Todo gracias a la puntada gubernamental de decretar ley seca, bajo el noble pretexto de que el pueblo reflexione su voto en sobriedad, paz y orden. Reflexión que, a juzgar por los resultados, nos duró menos que un tuit sin ofendidos.
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Porque, estimados, la jornada del domingo 1.º de junio fue un rotundo FRACASO. Sí, con mayúsculas y eco. Organizamos elecciones en todo el territorio nacional —casi 132 millones de habitantes—. De esos, más de 100 millones podían votar. ¿Y cuántos lo hicieron? Aprox. 13 millones. Y de esos, cerca del 20 % anuló su voto. Es decir, 2.6 millones de personas se levantaron, hicieron fila, agarraron su crayón electoral y dijeron: “Nel, ni uno me convence”.
Ahora piénselo tantito: si le restamos a los acarreados, a los becarios amenazados, a los funcionarios obligados y a toda la fauna electoral de relleno, ese 20 % probablemente representa a un grupo con algo que a este gobierno le cuesta horrores reconocer: criterio propio. Y ese criterio no necesitó pancartas ni megáfonos; se expresó con una frase muda pero demoledora:
“Estamos hartos de su SUPUESTA democracia, de sus puntadas… y probablemente, de ustedes.”
Y es que este gobierno, en su afán de envolverse en la bandera del pueblo, nos ha regalado joyitas como la revocación de mandato, los juicios simulados a expresidentes y ahora este reality judicial: “Elige a tu juzgador”. Todo para poder salir a decir: “Es que el pueblo sabio lo avaló”. Y claro, entre tanto exceso de democracia, lo único que realmente sobran son boletas, candidatos y simulación.
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Porque, señores, lo que vimos fue una caricatura con presupuesto. Ver a candidatos al poder judicial besando niños, tomándose selfies con abuelitas, regalando frituras y haciendo TikToks con botox y filtros fue un episodio que ni Chespirito habría firmado. La dignidad judicial, revolcada entre puestos de tacos y visitas a colonias populares.
Imagínese usted perdiendo su patrimonio por un fraude… y que el juez encargado de resolver su caso sea el mismo que usted vio en redes disfrazado de chile relleno diciendo:
“Estoy más preparado que salsa en puesto de tacos al pastor.”
Como diría la tía Mabe:
“Santo Niño de Atocha, sácanos de esta… aunque sea gateando.” ¡Jesucristo vencedor!
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Y lo peor: varios de esos candidatos tenían perfiles técnicos envidiables, pero el circo mediático en el que se vieron obligados a participar —porque el hambre aprieta y la necesidad no perdona— los convirtió en bufones con toga. Porque claro, la campaña no podía centrarse en debates sobre jurisprudencia o el principio pro persona. No, señor. Había que soltar frases sabrosas, bailar cumbias mal ensayadas y sonreír con simpatía plastificada. Total, el pueblo no quiere justicia: quiere circo.
Y hablando de show, en Puebla nos aventamos el numerito de votar en seis boletas distintas, cada una con listas más largas que receta de mole de convento… al que la tía Mabe ya no alcanzó a entrar. Y sépanlo: más del 97 % de los votantes no tenía ni la más remota idea de quién era quién.
Para que se den una idea, se viralizaron fotos de políticos VIP usando acordeones electorales (comestibles, por cierto) para recordar por quién supuestamente habían decidido votar. Como diría la tía Caramelita:
“Si así suena el timbre, ¿cómo estará la fiesta?”
En resumen, la elección judicial fue indigna para los candidatos, incomprensible para los ciudadanos y un insulto presupuestal. Porque tirar 7,000 millones de pesos —equivalentes a unos 580 pesos por cada voto emitido— en un proceso que nació muerto, sin credibilidad ni futuro, no merece análisis… merece exorcismo.
Pero bueno, ¿yo qué les digo? Si ni voté. Se me olvidó. Estaba nublado, me distraje viendo memes y, cuando reaccioné, ya estaban guardando las urnas. Y luego aquí ando, quejándome como señora sin agua en la colonia.
Uno queriendo democracia con dignidad… y olvidando que empieza con levantarse temprano.
Mejor ya no digo nada. No vaya a ser que también me anulen.
Ci vediamo quando ci vediamo..
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