LECCIÓN 1: Imagínese que un grupo de amigos abre un bar, lo manejan pésimo, se endeudan, quiebran… y usted terminas pagando la cuenta con intereses a 50 años. Eso, con corbata, oficina en Hacienda y mucho cinismo y complicidades, fue el FOBAPROA -Fondo Bancario de Protección al Ahorro-, creado en 1990 (CSG) para evitar que los bancos se fueran al hoyo… pero que terminó lanzando a los pequeños y medianos deudores al precipicio y obligó a todo México a pagar una deuda que ya es eterna.
Durante la crisis de 1994, famosa por el llamado “error de diciembre” (“confabulación” estaría mejor), los bancos estaban tan mal administrados como un puesto de tacos sin salsa. La solución mágica del gobierno fue tomar la deuda privada de los bancos y convertirla en deuda pública. O sea, nacionalizar las pérdidas, y socializar el desastre. Y así, usted, yo, y hasta el que ni cuenta tenía en el banco, pasamos a deber una fortuna, que no se cubre con seis mil doscientos pesos por bimestre.
Según datos del propio Congreso de la Unión, el FOBAPROA absorbió alrededor de 552 mil millones de pesos… pero gracias a los intereses acumulados y al refinanciamiento digno de un adicto a las tarjetas de crédito, la deuda total rebasó los 1.2 billones de pesos, casi lo que costaron el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el AIFA (dos billones de pesos al basurero de las “grandes ideas”). Y sí, todavía la seguimos pagando, como si fuera el crédito de un coche que, además, se descompuso en 1998.
Con ignorancia o mala fe, la mayoría de los críticos del FOBAPROA omiten que El rescate de la banca en 1995 heredó varios vicios estructurales que venían desde la época en que la banca fue estatal (1982–1991). Aunque los bancos fueron reprivatizados en el papel, en la práctica muchos de los malos hábitos y estructuras clientelares se mantuvieron.
Se estimó, en su momento, que el rescate representó cerca del 20% del PIB de México. Podemos imaginar, se vale, si ese dinero se hubiera invertido en hospitales, universidades, trenes que sí funcionen o una buena red de Internet para todo el país; pero no: se fue a tapar hoyos de bancos que prestaban sin ton ni son… y muchas veces, entre cuates.
El escándalo fue tan grande que, hasta hoy, mencionar el FOBAPROA en la política mexicana es como gritar ¡fuego! en un cine lleno, todos corren a salvarse. Pocos se atrevieron a defenderlo abiertamente, y algunos incluso lo rebautizaron, primero lo pasaron por una “limpieza moral” y luego le cambiaron el nombre a IPAB (Instituto para la Protección al Ahorro Bancario), como si con eso borraran la historia. Para variar, la estrategia no funcionó.
El FOBAPROA, como el Tren, la refinería y el aeropuerto, hipotecó el futuro de la economía y marcó un antes y un después en el desarrollo del país. Generó desconfianza ciudadana, desvió recursos públicos por décadas y dio pie a la percepción (correcta, por cierto) de que en México el sistema financiero está blindado, pero el ciudadano común… desamparado. Mientras el rescate fue exprés para los banqueros, los deudores perdieron casas, autos y otros bienes (las tasas de interés se volvieron impagables) y los apoyos para las MIPYMES, los agricultores o los estudiantes siguen en “proceso de revisión”.
La deuda generada por estos programas ha limitado el gasto público, desplazando recursos que podrían haberse destinado a proyectos productivos. Pagamos intereses en vez de invertir en inteligencia (literal y figuradamente).
LECCIÓN 2: Cualquiera, interesado en el tema, pensaría que después de semejante deuda, el asunto del FOBAPROA sería tratado con pinzas, pero no, el gobierno actual lo menciona hoy más que al INE, al neoliberalismo y a los fifís… juntos. Cada vez que pueden, lo usan como estandarte moral para mostrar lo mal que gobernaban y administraban “los de antes”, que son, al mismo tiempo, “los de hoy”.
Y sí, tienen razón: fue un desastre económico, un saqueo legalizado y una afrenta al sentido común, solo que la mayoría de sus críticos escupen al cielo con guayabera nueva, con bordado de tren, de refinería, de aeropuerto, de salud, de litio, de SEGALMEX, de megafarmacia, de gasolina barata, de INSABI, de maíz, de mil etcéteras más.
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Porque hay un pequeño detalle que omiten con elegancia de ballet soviético: muchos de los actuales críticos estuvieron cerca (o dentro) del banquete FOBAPROA. Algunos eran diputados que votaron a favor, otros trabajaban en bancos rescatados, y más de uno hizo carrera política con financiamiento de los mismos actores que hoy condenan.
Sí, el mismo político que hoy agita el puño contra el ‘rescate bancario inmoral’, hace 25 años aplaudía discretamente o alegremente desde una silla ejecutiva o una curul bien pagada. Es como ver a alguien maldecir el aguacate… con guacamole en la boca.
DE FONDO: Si el FOBAPROA fuera película, sería una tragicomedia con presupuesto de blockbuster. Si fuera platillo, sería un taco de deuda con doble tortilla… pagado a meses sin intereses. Y si fuera enseñanza, sería clara, en México, la banca nunca pierde y el gasto público nunca se justifica… pero el pueblo siempre paga, a veces incluso a quienes fingen indignarse en su nombre.
DE FORMA: Esta semana, el tema del FOBAPROA volvió a acaparar la atención pública en México. La presidente de México respondió a las críticas del expresidente Ernesto Zedillo, quien en un artículo reciente acusó al gobierno actual de debilitar la democracia. La réplica política, sin contestar directamente al punto de la no democracia, fue “echar montón” a Zedillo al señalar que carece de autoridad moral debido a su papel en el controvertido rescate bancario del FOBAPROA durante su sexenio.
En sus declaraciones, Sheinbaum recordó que el FOBAPROA representó una carga financiera significativa para los mexicanos y benefició a empresarios y políticos cercanos al poder. Además, cuestionó la pensión vitalicia que Zedillo recibe del Banco de México, sugiriendo, sin comprobar, que trabajó para una empresa que él mismo favoreció durante su fobapróico mandato, había ejemplos más cercanos y más onerosos, los omitió.
DEFORME: Ahora bien, si se va a acusar a Zedillo, lo políticamente correcto, si eso existe, sería que se haga con pruebas y con la seriedad que merece un proceso histórico y económico de ese calibre. Pero el juicio no debe nacer de la revancha política ni ser selectivo. Lo correcto sería aplicar el mismo rigor a todos los que lo aprobaron, se beneficiaron o guardaron silencio, incluyendo a actuales funcionarios y militantes del movimiento en el poder que, en su momento, también tuvieron silla en ese teatro de lo absurdo y hoy, desde esa misma silla, aprueban trenes, refinerías y aeropuertos que constituyen el FOBAPROA 2.
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