NO USES LO QUE NO ES TUYO: En un país donde el dinero fluye como agua—hasta que deja de fluir—las reservas internacionales deberían ser el chaleco salvavidas en un mar de incertidumbre económica. Sin embargo, para ciertos funcionarios sin escrúpulos y para muchos políticos ignorantes, estas reservas no son más que una alcancía que se puede romper cuando hay ganas de financiar algún capricho estatal, como una estatua gigante de sí mismos o un programa de subsidios que promete dinero mágico para todos.
Imagine que su primo viene a su casa a cuidársela mientras usted viaja. Usted le deja instrucciones: “No abras el vino caro, es para una ocasión especial.” Regresa una semana después, y su primo lo recibe con una sonrisa, copa en mano, diciendo: “¡Lo abrí por ti, para celebrar que todavía no llega la ocasión especial!” Las reservas internacionales no son un cochinito del gobierno… son el dinero que dejamos debajo del colchón por si nos corren del trabajo mañana.
Esto, que parece surrealismo ocurrió en Cuba, en Venezuela, en Argentina, en Grecia, en México (1984 y 1994), cada vez que un gobierno decidió usar las reservas internacionales como si fueran fondos disponibles para proyectos, campañas, trenes o milagros con nombre propio. No hay en el mundo un solo caso de éxito… y sí muchos desastres.
Lo que muchos no entendemos, sobre todo porque no nos lo explican, es que las reservas no son un fondo de ahorro del gobierno, sino el resultado de exportaciones y remesas. Son como ese dinerito que llega cuando tu tía de Estados Unidos te manda dólares, pero en versión país: entran al banco central, se cambian por pesos y se guardan para futuros pagos de deuda o importaciones. Ya circulan esos dólares, entonces, convertidos en pesos.
MÉXICO, ¿NO APRENDIMOS LAS LECCIONES?: No todos los países permiten semejante despropósito. En México, por ejemplo, la Constitución prohíbe expresamente el uso de las reservas en proyectos populistas o programas sociales. Es decir, si algún iluminado quisiera despilfarrarlas arbitrariamente, tendría que impulsar una reforma constitucional sin ningún sentido racional. ¿Imagina usted a alguien intentando vender la idea de “descapitalizar el país legalmente”? Eso requeriría un talento extraordinario en el arte de disfrazar desastres económicos y venderlos como proezas patrióticas. Aquí nos preguntamos si esto tiene que ver con la “reforma judicial” que neutralizó al poder que podría vetar una locura como esta. Conste que lo acotamos el 9 de junio de 2025.
Ahí está el caso de Venezuela, lección vigente no aprendida, que decidió que estas reservas eran perfectas para cubrir el festín del gasto estatal, Ni Chávez, ni Maduro, ni Cabello estudiaron economía, pero qué tal sus cuentas en el extranjero. Resultado: hiperinflación galopante, reservas descapitalizadas, deuda impagada y un índice de pobreza que haría llorar a cualquier economista con sentido común y a muchísima gente (90% de la población) que no sabe lo que es “reserva” y dejó de percibir beneficios sociales porque simplemente ¡se acabó el dinero!
Es como si alguien vendiera su refrigerador y luego se preguntara por qué no tiene dónde guardar la comida. El hambre llega rápido cuando no hay dónde conservar los recursos.
En todos los casos, los funcionarios, igualmente ignorantes o definitivamente perversos, insisten en que todo está bajo control, que el sistema funciona y que el país “será potencia”. Porque si hay algo que nunca falta, es la promesa de grandeza, aunque el dinero ya se haya evaporado. Si todo falla siempre existe la posibilidad de culpar al imperialismo, al neoliberalismo o “a los de antes” (aunque sean los mismos de hoy).
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En fin, gastar reservas en cualquier esquema es como comprar boletos de lotería con el fondo de emergencia: emocionante hasta que te das cuenta de que no tienes para pagar la renta.
EL PEOR ESCENARIO: Si algo nos ha enseñado la historia económica es que, cuando hay voluntad política y mayorías legislativas alineadas, cualquier candado constitucional puede convertirse en un mero trámite. Si las Cámaras decidieran “mayoritear” la liberación del uso de las reservas, con un Poder Judicial “a modo” avalando la jugada, podríamos estar ante un desastre económico de proporciones similares a la crisis de 1994.
Porque si ya sabemos que gastar reservas sin control es inflacionario, erosiona la estabilidad y descapitaliza al país, imaginen hacerlo con respaldo legal y sin frenos institucionales. Sería como subirse a una montaña rusa con los rieles incompletos, mientras alguien grita: “¡No se preocupen, es parte del plan!”
Ponemos el ejemplo de Venezuela, el país más rico de Latinoamérica en 1999 y el más pobre en la actualidad, porque es un caso vigente y patente, aunque Cuba (ya es crónico), Rusia y Egipto padecen en mayor o menor medida efectos similares, por la misma causa.
DE FONDO: Las reservas internacionales no son dinero “guardado” por el gobierno, sino activos en divisas extranjeras que administra el Banco Central —en México, el Banco de México- para cubrir pagos de importaciones (como gasolina, chips o vacunas), para proteger el tipo de cambio en caso de una fuga de capitales, para respaldar la deuda externa (y ya debemos casi 18 billones de pesos), o para evitar crisis de balanza de pagos, como las que mandan economías enteras al abismo.
Cuando un dólar entra a México (por exportaciones, remesas o inversión extranjera), el Banco Central lo cambia por pesos y guarda ese dólar como reserva. Usarlo para gasto corriente sería duplicar la liquidez sin respaldo productivo; es decir, imprimir sin control -como ya hicieron Venezuela y Argentina- trae consecuencias que ya conocemos: hiperinflación, escasez, miseria y papel higiénico como moneda (¿recuerdan a la Alemania de 1936 dónde los Marcos se llevaban en carretilla para comprar un kilo de carne?).
DE FORMA: La teoría económica respalda esta lógica con un principio básico de responsabilidad monetaria: “No puedes gastar lo que no es tuyo, ni, aunque esté en tu cuenta.” Autores serios como Raghuram Rajan o Kenneth Rogoff han advertido que manipular las reservas o usarlas discrecionalmente daña la credibilidad institucional, dispara el riesgo país, y aleja la inversión. Y no olvidemos la clásica advertencia de Milton Friedman: “Nada es tan permanente como un programa temporal del gobierno financiado con recursos extraordinarios.”
Las reservas no son un cheque al portador, son un salvavidas que no se infla con discursos.
DEFORME: Lo verdaderamente dramático no es que un político piense en usar las reservas. Lo deforme es que lo diga en público, con cara seria, rodeado de asesores o “sílogos” que asienten mientras toma aire para hablar de “soberanía económica” y de “reservas del país”, como si fuera un súper poder y no una irresponsabilidad fiscal.
Más aún, lo deforme es que muchos aplaudan, sin saber que esas reservas ya circulan en la economía como pesos, y que sacarlas significa reventar el equilibrio monetario y volver a vivir con billetes de mil que no compran ni un kilo de huevo. Venezuela ya le “quitó 18 ceros a su moneda, en 2009, Zimbabue emitió un billete de 100 billones de dólares zimbabuenses (ZWD), de ese tamaño son las inflaciones cuando se agotan las reservas.
COLOFÓN: Usar las reservas internacionales para gasto público es como robarle el flotador a un niño que todavía no sabe nadar… para inflar un globo en la fiesta del adulto. ¿Resultado? El niño se hunde, el globo se revienta… y la fiesta se acaba.