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¿Envejecer? ¡Jamás!

¿Envejecer? ¡Jamás!
¿Envejecer? ¡Jamás!

Mientras escribo esta columna intentó recordar las veces que me he resistido a envejecer por miedo a verme “fea”, porque claro, en esta sociedad la vejez es símbolo de vejez, porque con la edad a los que vamos cumpliendo años nos van cuestionando mucho el hecho de que se note que vamos envejeciendo.

Con 40 años encima y el cabello con muchas canas, mi única revolución al sistema ha sido no pintarlo, pero he de confesarles que empecé a disimularlas desde que alguien que me gustaba me dijo “pero pintate el cabello”, tremendo golpe en el ego y en esa herida que aún tengo de ser una “mujer vieja”.

Me he puesto a pensar todas las veces que me han dicho que luzco mejor de mis 40 y me he pavonado por no parecer mujer de 40, pero no será quizás que el estereotipo de una mujer de 40 es lo que en realidad no soy, pero si soy esa mujer que ya tiene esa edad, se cuida, se consienten y se procura, no para que no se note mi edad, sino para lucirla con más salud.

En una sociedad obsesionada con la juventud y la estética, envejecer se ha convertido en un tema tabú, especialmente para las mujeres.

Las arrugas, las canas y las líneas de expresión son a menudo interpretadas como signos de decadencia, relegando a las mujeres mayores a un segundo plano.

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Sin embargo, es fundamental cuestionar estos estereotipos que perpetúan la idea de que la belleza está intrínsecamente ligada a la juventud.

Desde la infancia, a las mujeres se nos enseña que nuestra valía está estrechamente vinculada a la apariencia física.

El envejecimiento desafía este paradigma, invitándonos a reconsiderar la verdadera esencia de la belleza.

La madurez no debería ser vista como una disminución de atractivo, sino como una manifestación de la vida vivida y la sabiduría acumulada.

La sociedad ha perpetuado la idea de que envejecer es sinónimo de perder atractivo, una narrativa particularmente opresiva para las mujeres.

Esta conexión entre vejez y fealdad es, en realidad, un constructo social que refleja la profunda misoginia arraigada en nuestras percepciones culturales.

Es hora de desmitificar esta relación y celebrar el envejecimiento como una etapa en la que la belleza adquiere nuevas dimensiones.

Las mujeres han sido condicionadas a ocultar su edad, como si el simple hecho de envejecer fuera algo vergonzoso.

Abrazar la autenticidad, sin embargo, es un acto de resistencia contra las expectativas opresivas de la sociedad. Revelar la edad no debería ser motivo de temor, sino un motivo de orgullo.

Cada línea en el rostro cuenta una historia, una historia llena de experiencias, desafíos superados y lecciones aprendidas.

La falta de diversidad en la representación de la belleza en los medios de comunicación ha contribuido significativamente a la perpetuación de los estereotipos sobre el envejecimiento.

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Es esencial abogar por una representación más inclusiva que celebre la diversidad de cuerpos y edades.

Mostrar mujeres mayores en roles activos y empoderados desafía la narrativa de que el valor de una mujer disminuye con los años.

Envejecer desde una perspectiva feminista implica desafiar las nociones tradicionales de belleza y empoderar a las mujeres para que abracen cada etapa de sus vidas con dignidad y orgullo.

Es hora de romper con los estigmas asociados al envejecimiento y reconocer la belleza intrínseca que reside en la autenticidad, la sabiduría y la experiencia acumulada a lo largo de los años.

Y claro, siempre habrá tratamientos a quienes recurrir para cuidar nuestra piel y nuestra salud.

Pero que nunca vengan de ese golpe patriarcal de creernos obsoletas por nuestra edad, que venga desde el amor y el autocuidado.

Por más amigas con 40 años que luzcan su edad con orgullo, nos leemos en la siguiente columna.

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