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La misoginia en las campañas

La misoginia en las campañas
La misoginia en las campañas Foto: CCCB

En medio del fervor electoral que envuelve a México, con la promesa histórica de elegir a su primera presidenta de la república, es fundamental detenerse a reflexionar sobre un fenómeno que, lejos de celebrarse, debería inquietarnos profundamente.

Las campañas políticas, esos períodos que supuestamente deberían representar el ejercicio democrático en su máxima expresión, con frecuencia sacan a relucir lo peor de nosotros y nosotras como sociedad.

La misoginia, esa sombra oscura que se cierne sobre las mujeres en posiciones de liderazgo, no es una excepción. Y lo que es aún más alarmante, es que tanto hombres como mujeres contribuyen a perpetuar esta dinámica.

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Las elecciones, más que una simple contienda por el poder, se convierten en un campo de batalla donde las estrategias políticas a menudo se basan en la descalificación del oponente, sin importar los límites éticos o morales que se traspasen en el camino. Y lamentablemente, en este escenario, las mujeres suelen ser blanco de ataques especialmente virulentos.

Por un lado, nos encontramos con el machismo descarado, expresado en comentarios despectivos, chistes sexistas y una constante subestimación de las capacidades de las candidatas basada únicamente en su género.

Pero también nos enfrentamos a una forma más sutil de misoginia, aquella que proviene incluso de otras mujeres. La internalización de los roles de género patriarcales lleva a muchas mujeres a reproducir discursos y comportamientos que perpetúan la desigualdad de género.

Es preocupante observar cómo, después de tanto camino ganado, aún se cuestiona la capacidad de una mujer para ejercer el liderazgo político, se le juzga por su aspecto físico o se desacreditan sus logros con argumentos basados en estereotipos de género.

La misoginia en las campañas políticas no solo es injusta, sino que también representa un obstáculo significativo para el avance hacia una verdadera igualdad de género en la esfera pública.

Ante este panorama, es urgente que como sociedad reconozcamos y denunciemos la misoginia en todas sus formas, especialmente en el contexto político. No podemos permitir que el sexismo y la discriminación de género sigan siendo moneda corriente en nuestras elecciones.

Es responsabilidad de todos y todas promover un ambiente político más inclusivo y respetuoso, donde el género de una persona no determine su valía ni sus capacidades.

El camino hacia la igualdad de género en la política es largo y lleno de desafíos, pero cada pequeño paso que damos hacia adelante nos acerca un poco más a ese objetivo.

En estas elecciones históricas, no solo estamos eligiendo a nuestros representantes, también estamos sentando un precedente para las generaciones futuras. Hagamos que ese precedente sea uno de respeto, igualdad y justicia para todas las personas, sin importar su género.

Nos leemos en la siguiente columna, esperando que esta reflexión nos ayude a pensar un poco más en cómo se vivirán las campañas y lo bien que debemos tener puestas nuestras gafas moradas.

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